LA SALIDA
DIA I
Los primeros rayos de sol nos iluminan el
camino y la débil brisa matinal nos hace conscientes del comienzo de un
nuevo dia. Llenamos nuestros zurrones de víveres, el tiempo es escaso y
partimos con el alba, el oráculo nos espera.
Nos acompaña desde el
principio Ardeip, símbolo de nuestra raza, una raza guerrera que ha
perdurado en la faz de la Tierra durante eones, y temida desde el
comienzo de los tiempos, tiempos del Wig-Wam.
No puedo decir con
certeza si nosotros encontramos al oráculo o si él nos encontró a
nosotros, pero sus palabras, tan sabias como impregnadas por el
misterio, dejaban clara la senda que deberíamos recorrer.
La vida de
dos criadores de gorrinos no debería compararse con la de su valeroso
hijo, Ivax de Zurraspa, que se unió a nuestras filas tras demostrar su
valía y experiencia en las batallas de Reduol Muc. Sin embargo, su
impetuosa personalidad fue suficiente para enfurecer a las fuerzas
oscuras, fuerzas que ni los más grandes hombres pueden controlar. Un
descuido en las cuadras de Ajnarg le costó la penitencia de la marca de
Zirán, la cual provocaba el manar de la sangre a borbotones.
Dejando
atrás nuestro hogar de polietileno, marchamos. Contra las inclemencias
del tiempo, marchamos. Contra las trabas de nuestra madre Tierra,
marchamos. Y es por eso por lo que Ivax de Zurraspa puede llegar a
enloquecer cuando la tierra se eleva a sus pies, mostrando ante sí los
grandes acantilados de Soriep. Las penúrias de la maldición remiten en
Ivax, cuyo cuerpo se plaga de asquerosas pústulas supurantes de un hedor
jamás conocido por el hombre.
Nuestros pasos nos guían hasta las
ruinas del castillo de los Acantilados de Soriep, donde nos esperaba la
poderosa Aleuba, la cual sólo nos formularía una pregunta, cuya
respuesta incorrecta podía significar la perdición a manos de su “Zoh”, y
cuya respuesta correcta significaría nuestra bendición por parte de sus
varas de “Allobec”.
En advertir la presencia de un batallón de
Lobra, decidimos diezmar sus fuerzas utilizando las “Acor”, conocidas y
respetadas en los siete reinos.
Grandes fieras salen a nuestro paso,
impidiéndonos la entrada a la ciudad de Senomar, insorteable en nuestro
camino. Pero Idroj lo Cholo las abate con su potente “Atacob”. Ya dentro
de Senomar, hayamos tras un peligroso descenso, la Fuente de Senomar,
de donde llenamos nuestra petaca para dar testigo de nuestro hallazgo.
Nuestras duras andanzas nos pasan factura ocasionándonos llagas y quemaduras en innombrables recovecos de nuestro cuerpo.
Los
viveres escasean e Idroj lo Cholo se aventura en las mazmorras de
Anicsip, donde, a pesar de ser capturado logra una trepidante huida.
Las
murallas de Satseif ne Obla nos esperan, aunque son fáciles de abatir,
todos sus habitantes son testigos de su inevitable derrota. La visión de
la Rosa de la Vida mancillada nos apoya en la batalla. Satseif ne Obla
ha sido liberada y sus habitantes nos lo agradecen con un festín en el
que rebosan viandas. Viandas que atraen a un grupo de indeseables
criaturas, los Azutneg, que tras intentar vanamente seducirnos,
destruimos sus guaridas plantando nuestros “Solluruz”. Repeliéndolos
eficazmente y causando grandes estragos, tan grandes que una vieja
inocente cae rendida, provocando la cólera de todo el pueblo y
obligándonos a huir al amparo de las sombras, mañana será un nuevo dia,
de nuevo marcharemos.
DIA II
Hacia Osonera ed Albeup,
marchamos. Los estragos de la noche anterior nos pesan, y es por ello
por lo que el sol ya castiga nuestro cuerpo cuando conseguimos escapar
finalmente de Satseif ne Obla, mezclados entre el gentío que acude al
mercado matinal.
Cada paso supone un enorme esfuerzo tras la gran
travesía de ayer. Y aunque el camino es corto, grandes desafios nos
sitian incesantemente.
Nuestra primera parada nos sitúa en el pantano
de las serpientes, donde sus espesas brumas confunden nuestros ojos
haciéndonos perseguir en ocasiones sombras, y haciéndonos perder la
cordura hasta tal punto de conseguir enfrentar a Idroj lo Cholo y a
Divad l’Efej en un duelo que podría haber tenido un desenlace
devastador.
De nuevo los víveres escasean debido al desgaste mental y
por el insaciable apetito de Idroj, maldecido recientemente con un
supurante sexto dedo en su pie derecho.
Tras sobrevivir a tal
infierno continuamos la marcha, pero la suerte tiene en ocasiones un
cruel sentido del humor, y parte de nuestros útiles y enseres son
arrastrados hasta la madriguera de un Airebut, donde una vez más Idroj
lo Cholo salva la situación con sus dotes de domador de fieras de las
que ya hizo gala en Senomar.
Las puertas de la Aldea de los Fangosos
se alzan ante nosotros, hogar de las mas inmundas y repelentes
criaturas, no tenemos elección, pues la intensa tormenta que nos azota y
desborda los ríos nos desvía de nuestra ruta.
Nos ocultamos en las
mazmorras de Airecinrac, donde poco después de acomodarnos, nos
sorprende el poderoso trol Aidraug Livic; amo y señor de las mazmorras.
Sin embargo, nuestra fama nos precede, y el trol se marcha intimidado
por la presencia de tan poderosos guerreros. Aun así los fangosos nos
proponen un último desafío, deberemos lidiar hasta altas horas de la
madrugada con cuatro lamentables Orcos Reggetoneros que con su extensa
prole de Gooblins hacen nuestra estancia, si cabe más desagradable.
Mañana al lucir de nuevo el sol marcharemos.
DIA III
Las
aguas remiten, y con ellas proseguimos nuestro camino, esta jornada
marcharemos hacia Aveunalliv. Apenas avanzamos, caemos entre las redes
de una trampa de Serodatlasa, en la que Divad l’Efej queda malherido en
una pierna, aun así conseguimos escapar de sus garras fácilmente. No
tardamos en descubrir que el mundo de las sombras rodea su maltrecha
pierna, que empeora por momentos, necesita atención especial por lo que
decidimos recurrir a los servicios de un conocido chaman de la zona,
ducho en las artes de la alquimia y la telmaturgia. Sus precios son tan
altos como efectivos, y en poco tiempo continuamos nuestra marcha
mientras el viejo decrepito rie.
El sol ya en lo alto quema nuestro
cuello y nos vemos obligados a hacer un receso en un remoto lugar de
nombre Anier al Etneuf. Las aguas circulan apaciblemente a nuestro lado
cuando nos disponemos a buscar nuestros zurrones algo que llevarnos a la
boca. Al mismo tiempo que unos leves susurros nos penetran en los
oídos, nuestro cuerpo cae lentamente en un profundo estado de sueño.
El
fuerte crepitar de una llama cercana nos arranca de nuestro trance. Los
susurros se tornan en risas, demostrando que también los seres de la
luz también pueden ser crueles. Mientras las ondinas se retiran a sus
moradas, intentamos rescatar de las llamas lo poco que nos quedaba de
comida.
Cuando el hambre y el desconcierto se cierne sobre los
humanos, estos se vuelven impredecibles, sombras de desconfianza poseeen
a Odnanref el Marcado, Oiram el Otup e Idroj lo Cholo, que se enzarzan
en una cruenta disputa, Divad l’Efej incapaz de intervenir por estar en
el conocido estado élfico de “Adusalem”. Los ánimos se calman y de nuevo
marchamos, no sin antes preparar nuestras potentes pociones, a base de
auga y orolc.
El castillo de Anier al Etneuf se alza imponente ante
nosotros. Los acantilados que lo circundan hacen imposible su asedio,
asi que nos limitamos a alejarnos con impotencia y proseguir el camino.
Después
de los recientes sucesos, nuestro honor está dañado, así que, al llegar
a Aveunalliv, nos sometemos a una dura sesión de entrenamiento. Gozamos
de la hospitalidad de las gentes del lugar cuando, después de observar
nuestra dedicación, nos obsequian con un raro espécimen de nolém, de
carnes tan tiernas como exquisitas. Forjamos amistad con los nativos del
lugar que nos proporcionan cobijo y entretenimiento en un coliseo,
raramente usado por falta de guerreros.
Cae la, y atrás han quedado
las voces de los juglares y los festejos, cuando tambores de guerra
turban nuestro apacible sueño. Es el preámbulo de la gran batalla que se
avecina. Nubes de flechas ocultan la luna y perforan nuestros escudos,
que nos sirven de parapeto ante la ofensiva. Empuñamos nuestras armas y
vestimos la capa de combate, y salimos con valor en un intento de
repeler el ataque, cuando descubrimos miles de antorchas en la lejanía,
demasiadas incluso para los más aguerridos guerreros, ni si quiera la
ayuda de las milicias de la ciudad son suficientes para semejante
ejercito, así que acabamos atrincherándonos en el coliseo, aunque sus
bajas son notables, sus filas no disminuyen, la batalla parece
sentenciada a su favor. Grandes máquinas de guerra ideadas por los
mejores ingenieros del momento nos lanzan gigantes rocas impregnadas con
fuego valyrio sobre nuestras cabezas, el sonido de las espadas chocando
con los escudos es ensordecedor, nuestro destino está escrito,
¡lucharemos hasta la muerte! Arrinconados y sin fuerzas nos preparamos
para una última acometida que nos haría leyendas, cerramos los ojos y
nos preparamos para la Valhala, pero la muerte no llega. Desconcertados,
abrimos los ojos y vemos a los enemigos que nos iban a asestar el golpe
de gracia congelados, y aquellos que no lo estaban huían desconcertados
y en desbandada. Subimos entonces los ojos al cielo y entre las nubes y
el espeso humo surge a lomos de una criatura alada el hechicero
Atebollec, forjador de las ya conocidas Varas de Allobec. Esa visión tan
grandiosa nos dio el valor y la fuerza suficientes para acabar con los
pocos enemigos que quedaban por abatir.
Al acabar la batalla buscamos
al hechicero Atebollec, sin éxito alguno, en ese mismo momento supimos
que nunca más lo volveríamos a ver, aunque siempre permanecería en
nuestras memorias y corazones.
DIA IV
Larga ha sido nuestra
campaña y hoy por fin regresamos a nuestros hogares. Antes del alba
recogemos nuestro campamento y partimos. Las bajas enemigas han sido
quantiosas y durante el camino charlamos desenfadadamente sobre la
batalla de la noche anterior y sobre las bajas que causamos, lo que
produce
divergencia de opiniones entre Oiram lo Ttiboh y Oiram el Otup,
que finalmente son ahogadas por el abundante hidromiel que portamos.
Nuestro último alto en el camino es en Sacarrab donde limpiamos nuestros
ropajes y curamos nuestras heridas en sus famosos baños turcos.
Las
grandiosas puertas de Racnalap llenan nuestros ojos de lágrimas y
nuestros corazones de alegría y esperanza. Oímos repicar las campanas
del campanario, anunciando nuestra llegada, mientras los niños corren a
nuestro encuentro.
Cruzamos los Arcos de la Victoria, vestidos con
nuestras mejores galas, donde nos aclama nuestra gente. El gran banquete
commemorativo marca el fin de nuestra campaña. Ahora nos retiramos a
nuestros aposentos a la espera, pero alerta, pues un pionero nunca
duerme.
FIN
Mario Roca y Jordi Tena (Pioneros)