Una vez, conocí a un muchacho, que no
tenía nada que hacer, o no lo quería hacer, cuando salía de clase,
y vagaba por las calles pegando patadas a los gatos, no porque fuera
de malos sentimiento, sino por puro aburrimiento.
Un día, cuando caminaba sin rumbo, vio
a un compañero de la escuela, que por sentarse lejos uno del otro,
sólo se conocían de vista, este se le acercó y le dijo:
- ¿Qué haces sólo por aquí?
Nuestro amigo contestó sin ganas:
- Nada, pasear.
- ¿Por qué no te vienes conmigo?.
Dijo su compañero, y se fueron juntos hablando de los Profes y de
las asignaturas pesadas.
De pronto, entraron en una casa muy vieja, y al penetrar nuestro
amigo, en la habitación donde se había metido su compañero, se
quedó con la boca abierta y pensó: “¿Qué es esto?”, mirando a
su alrededor, vio a distintos grupos de muchachos charlando y
manipulando, sentados en sillas hechas de troncos igual que las
mesas, y una decoración de paredes a base de dibujos de animales y
cuadros de papel con varias frases.
Nuestro amigo quedó impresionado por este signo externo de lo que
más tarde conocería. Su amigo le hizo sentarse en un pequeño grupo
al que él pertenecía, eran seis y con él siete. Estaban hablando
de una especie de reglamente y después manipularon con cuerdas
haciendo nudos con facilidad, nuestro amigo estaba asombrado. Después
de acabar lo que estaban haciendo, salieron todos cantando y
corriendo, se despidieron y él, al meterse en su calle, ya sólo vio
un gato correteando, y lo siguió corriendo cuando estaba cerca... se
paró en seco y miró al suelo. Estaba recordando una frase que había
visto escrita en un cuadro de donde había estado antes y pensó: “Lo
que dice allí es bueno y si quiero ser como esos amigos con quien he
estado, pues tendré que ser como ellos, y además, a mí me gustan
los animales”. Y fue a intentar acariciarlo.
Y de esta forma, poco a poco y sin que nadie lo coaccionara, fue
descubriendo e intentando cumplir, todas aquellas frases que había
visto escritas. Cuando cumplía una de ellas, se sentía feliz y
contento consigo mismo. Pero a veces no podía cumplirlas y se
preguntaba el porqué, yo os lo diré: Somos humanos, y como tales no
somos perfectos, pero nuestra perfección, está en intentar , como
nuestro amigo, cumplir aquello en que creemos y más todavía si lo
hemos prometido solemnemente, no sólo por unos años de vigencia,
sino por algo más de tiempo ¡toda una vida! Y de esto hay que tomar
verdadera conciencia.
Si pensamos un poco, ¿todos nosotros cumplimos en la medida de
nuestras fuerzas, aquello de que prometer casi nos hizo saltar las
lágrimas?, y si lo prometimos sin darnos cuenta de lo que hacíamos,
una de dos: o la volvemos a hacer por nuestra cuenta seriamente, o
por lo menos no seamos hipócritas y si nos reímos, o no nos
importa, una promesa que hicimos cuando teníamos menos edad, y no
tenemos propósito de reformar nuestra actividad, no molestemos con
nuestra presencia y nuestros actos, a aquellos que de verdad la
quieren cumplir; y los que no la han hecho todavía, nos tenemos que
comportar como si ya la tuviéramos, para así hacernos merecedores
de ella. Pero hay que tener en cuenta una cosa, cumplirla, no es sólo
no pegarle patadas a los gatos, como nuestro amigo, sino que es algo
mucho más profundo y serio de lo que la mayoría nos imaginamos.
M.A.O.A. (J.T.)
Publicado en “Campamento Abierto” nº 3. Marzo de
1977.
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