viernes, 15 de marzo de 2013

Actuar en consecuencia

    Una vez, conocí a un muchacho, que no tenía nada que hacer, o no lo quería hacer, cuando salía de clase, y vagaba por las calles pegando patadas a los gatos, no porque fuera de malos sentimiento, sino por puro aburrimiento.

   Un día, cuando caminaba sin rumbo, vio a un compañero de la escuela, que por sentarse lejos uno del otro, sólo se conocían de vista, este se le acercó y le dijo:

- ¿Qué haces sólo por aquí?

Nuestro amigo contestó sin ganas:

- Nada, pasear.

- ¿Por qué no te vienes conmigo?. Dijo su compañero, y se fueron juntos hablando de los Profes y de las asignaturas pesadas.

    De pronto, entraron en una casa muy vieja, y al penetrar nuestro amigo, en la habitación donde se había metido su compañero, se quedó con la boca abierta y pensó: “¿Qué es esto?”, mirando a su alrededor, vio a distintos grupos de muchachos charlando y manipulando, sentados en sillas hechas de troncos igual que las mesas, y una decoración de paredes a base de dibujos de animales y cuadros de papel con varias frases.

   Nuestro amigo quedó impresionado por este signo externo de lo que más tarde conocería. Su amigo le hizo sentarse en un pequeño grupo al que él pertenecía, eran seis y con él siete. Estaban hablando de una especie de reglamente y después manipularon con cuerdas haciendo nudos con facilidad, nuestro amigo estaba asombrado. Después de acabar lo que estaban haciendo, salieron todos cantando y corriendo, se despidieron y él, al meterse en su calle, ya sólo vio un gato correteando, y lo siguió corriendo cuando estaba cerca... se paró en seco y miró al suelo. Estaba recordando una frase que había visto escrita en un cuadro de donde había estado antes y pensó: “Lo que dice allí es bueno y si quiero ser como esos amigos con quien he estado, pues tendré que ser como ellos, y además, a mí me gustan los animales”. Y fue a intentar acariciarlo.

   Y de esta forma, poco a poco y sin que nadie lo coaccionara, fue descubriendo e intentando cumplir, todas aquellas frases que había visto escritas. Cuando cumplía una de ellas, se sentía feliz y contento consigo mismo. Pero a veces no podía cumplirlas y se preguntaba el porqué, yo os lo diré: Somos humanos, y como tales no somos perfectos, pero nuestra perfección, está en intentar , como nuestro amigo, cumplir aquello en que creemos y más todavía si lo hemos prometido solemnemente, no sólo por unos años de vigencia, sino por algo más de tiempo ¡toda una vida! Y de esto hay que tomar verdadera conciencia.

  Si pensamos un poco, ¿todos nosotros cumplimos en la medida de nuestras fuerzas, aquello de que prometer casi nos hizo saltar las lágrimas?, y si lo prometimos sin darnos cuenta de lo que hacíamos, una de dos: o la volvemos a hacer por nuestra cuenta seriamente, o por lo menos no seamos hipócritas y si nos reímos, o no nos importa, una promesa que hicimos cuando teníamos menos edad, y no tenemos propósito de reformar nuestra actividad, no molestemos con nuestra presencia y nuestros actos, a aquellos que de verdad la quieren cumplir; y los que no la han hecho todavía, nos tenemos que comportar como si ya la tuviéramos, para así hacernos merecedores de ella. Pero hay que tener en cuenta una cosa, cumplirla, no es sólo no pegarle patadas a los gatos, como nuestro amigo, sino que es algo mucho más profundo y serio de lo que la mayoría nos imaginamos.


M.A.O.A. (J.T.)
Publicado en “Campamento Abierto” nº 3. Marzo de 1977.


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