domingo, 9 de junio de 2013

Salida Veranos 2012 Pioneros II

LA SALIDA

DIA I

Los primeros rayos de sol nos iluminan el camino y la débil brisa matinal nos hace conscientes del comienzo de un nuevo dia. Llenamos nuestros zurrones de víveres, el tiempo es escaso y partimos con el alba, el oráculo nos espera.

Nos acompaña desde el principio Ardeip, símbolo de nuestra raza, una raza guerrera que ha perdurado en la faz de la Tierra durante eones, y temida desde el comienzo de los tiempos, tiempos del Wig-Wam.

No puedo decir con certeza si nosotros encontramos al oráculo o si él nos encontró a nosotros, pero sus palabras, tan sabias como impregnadas por el misterio, dejaban clara la senda que deberíamos recorrer.

La vida de dos criadores de gorrinos no debería compararse con la de su valeroso hijo, Ivax de Zurraspa, que se unió a nuestras filas tras demostrar su valía y experiencia en las batallas de Reduol Muc. Sin embargo, su impetuosa personalidad fue suficiente para enfurecer a las fuerzas oscuras, fuerzas que ni los más grandes hombres pueden controlar. Un descuido en las cuadras de Ajnarg le costó la penitencia de la marca de Zirán, la cual provocaba el manar de la sangre a borbotones.

Dejando atrás nuestro hogar de polietileno, marchamos. Contra las inclemencias del tiempo, marchamos. Contra las trabas de nuestra madre Tierra, marchamos. Y es por eso por lo que Ivax de Zurraspa puede llegar a enloquecer cuando la tierra se eleva a sus pies, mostrando ante sí los grandes acantilados de Soriep. Las penúrias de la maldición remiten en Ivax, cuyo cuerpo se plaga de asquerosas pústulas supurantes de un hedor jamás conocido por el hombre.

Nuestros pasos nos guían hasta las ruinas del castillo de los Acantilados de Soriep, donde nos esperaba la poderosa Aleuba, la cual sólo nos formularía una pregunta, cuya respuesta incorrecta podía significar la perdición a manos de su “Zoh”, y cuya respuesta correcta significaría nuestra bendición por parte de sus varas de “Allobec”.

En advertir la presencia de un batallón de Lobra, decidimos diezmar sus fuerzas utilizando las “Acor”, conocidas y respetadas en los siete reinos.

Grandes fieras salen a nuestro paso, impidiéndonos la entrada a la ciudad de Senomar, insorteable en nuestro camino. Pero Idroj lo Cholo las abate con su potente “Atacob”. Ya dentro de Senomar, hayamos tras un peligroso descenso, la Fuente de Senomar, de donde llenamos nuestra petaca para dar testigo de nuestro hallazgo.

Nuestras duras andanzas nos pasan factura ocasionándonos llagas y quemaduras en innombrables recovecos de nuestro cuerpo.

Los viveres escasean e Idroj lo Cholo se aventura en las mazmorras de Anicsip, donde, a pesar de ser capturado logra una trepidante huida.

Las murallas de Satseif ne Obla nos esperan, aunque son fáciles de abatir, todos sus habitantes son testigos de su inevitable derrota. La visión de la Rosa de la Vida mancillada nos apoya en la batalla. Satseif ne Obla ha sido liberada y sus habitantes nos lo agradecen con un festín en el que rebosan viandas. Viandas que atraen a un grupo de indeseables criaturas, los Azutneg, que tras intentar vanamente seducirnos, destruimos sus guaridas plantando nuestros “Solluruz”. Repeliéndolos eficazmente y causando grandes estragos, tan grandes que una vieja inocente cae rendida, provocando la cólera de todo el pueblo y obligándonos a huir al amparo de las sombras, mañana será un nuevo dia, de nuevo marcharemos.

 
DIA II

Hacia Osonera ed Albeup, marchamos. Los estragos de la noche anterior nos pesan, y es por ello por lo que el sol ya castiga nuestro cuerpo cuando conseguimos escapar finalmente de Satseif ne Obla, mezclados entre el gentío que acude al mercado matinal.

Cada paso supone un enorme esfuerzo tras la gran travesía de ayer. Y aunque el camino es corto, grandes desafios nos sitian incesantemente.

Nuestra primera parada nos sitúa en el pantano de las serpientes, donde sus espesas brumas confunden nuestros ojos haciéndonos perseguir en ocasiones sombras, y haciéndonos perder la cordura hasta tal punto de conseguir enfrentar a Idroj lo Cholo y a Divad l’Efej en un duelo que podría haber tenido un desenlace devastador.
De nuevo los víveres escasean debido al desgaste mental y por el insaciable apetito de Idroj, maldecido recientemente con un supurante sexto dedo en su pie derecho.

Tras sobrevivir a tal infierno continuamos la marcha, pero la suerte tiene en ocasiones un cruel sentido del humor, y parte de nuestros útiles y enseres son arrastrados hasta la madriguera de un Airebut, donde una vez más Idroj lo Cholo salva la situación con sus dotes de domador de fieras de las que ya hizo gala en Senomar.

Las puertas de la Aldea de los Fangosos se alzan ante nosotros, hogar de las mas inmundas y repelentes criaturas, no tenemos elección, pues la intensa tormenta que nos azota y desborda los ríos nos desvía de nuestra ruta.

Nos ocultamos en las mazmorras de Airecinrac, donde poco después de acomodarnos, nos sorprende el poderoso trol Aidraug Livic; amo y señor de las mazmorras. Sin embargo, nuestra fama nos precede, y el trol se marcha intimidado por la presencia de tan poderosos guerreros. Aun así los fangosos nos proponen un último desafío, deberemos lidiar hasta altas horas de la madrugada con cuatro lamentables Orcos Reggetoneros que con su extensa prole de Gooblins hacen nuestra estancia, si cabe más desagradable. Mañana al lucir de nuevo el sol marcharemos.


DIA III

Las aguas remiten, y con ellas proseguimos nuestro camino, esta jornada marcharemos hacia Aveunalliv. Apenas avanzamos, caemos entre las redes de una trampa de Serodatlasa, en la que Divad l’Efej queda malherido en una pierna, aun así conseguimos escapar de sus garras fácilmente. No tardamos en descubrir que el mundo de las sombras rodea su maltrecha pierna, que empeora por momentos, necesita atención especial por lo que decidimos recurrir a los servicios de un conocido chaman de la zona, ducho en las artes de la alquimia y la telmaturgia. Sus precios son tan altos como efectivos, y en poco tiempo continuamos nuestra marcha mientras el viejo decrepito rie.

El sol ya en lo alto quema nuestro cuello y nos vemos obligados a hacer un receso en un remoto lugar de nombre Anier al Etneuf. Las aguas circulan apaciblemente a nuestro lado cuando nos disponemos a buscar nuestros zurrones algo que llevarnos a la boca. Al mismo tiempo que unos leves susurros nos penetran en los oídos, nuestro cuerpo cae lentamente en un profundo estado de sueño.

El fuerte crepitar de una llama cercana nos arranca de nuestro trance. Los susurros se tornan en risas, demostrando que también los seres de la luz también pueden ser crueles. Mientras las ondinas se retiran a sus moradas, intentamos rescatar de las llamas lo poco que nos quedaba de comida.
Cuando el hambre y el desconcierto se cierne sobre los humanos, estos se vuelven impredecibles, sombras de desconfianza poseeen a Odnanref el Marcado, Oiram el Otup e Idroj lo Cholo, que se enzarzan en una cruenta disputa, Divad l’Efej incapaz de intervenir por estar en el conocido estado élfico de “Adusalem”. Los ánimos se calman y de nuevo marchamos, no sin antes preparar nuestras potentes pociones, a base de auga y orolc.
El castillo de Anier al Etneuf se alza imponente ante nosotros. Los acantilados que lo circundan hacen imposible su asedio, asi que nos limitamos a alejarnos con impotencia y proseguir el camino.

Después de los recientes sucesos, nuestro honor está dañado, así que, al llegar a Aveunalliv, nos sometemos a una dura sesión de entrenamiento. Gozamos de la hospitalidad de las gentes del lugar cuando, después de observar nuestra dedicación, nos obsequian con un raro espécimen de nolém, de carnes tan tiernas como exquisitas. Forjamos amistad con los nativos del lugar que nos proporcionan cobijo y entretenimiento en un coliseo, raramente usado por falta de guerreros.

Cae la, y atrás han quedado las voces de los juglares y los festejos, cuando tambores de guerra turban nuestro apacible sueño. Es el preámbulo de la gran batalla que se avecina. Nubes de flechas ocultan la luna y perforan nuestros escudos, que nos sirven de parapeto ante la ofensiva. Empuñamos nuestras armas y vestimos la capa de combate, y salimos con valor en un intento de repeler el ataque, cuando descubrimos miles de antorchas en la lejanía, demasiadas incluso para los más aguerridos guerreros, ni si quiera la ayuda de las milicias de la ciudad son suficientes para semejante ejercito, así que acabamos atrincherándonos en el coliseo, aunque sus bajas son notables, sus filas no disminuyen, la batalla parece sentenciada a su favor. Grandes máquinas de guerra ideadas por los mejores ingenieros del momento nos lanzan gigantes rocas impregnadas con fuego valyrio sobre nuestras cabezas, el sonido de las espadas chocando con los escudos es ensordecedor, nuestro destino está escrito, ¡lucharemos hasta la muerte! Arrinconados y sin fuerzas nos preparamos para una última acometida que nos haría leyendas, cerramos los ojos y nos preparamos para la Valhala, pero la muerte no llega. Desconcertados, abrimos los ojos y vemos a los enemigos que nos iban a asestar el golpe de gracia congelados, y aquellos que no lo estaban huían desconcertados y en desbandada. Subimos entonces los ojos al cielo y entre las nubes y el espeso humo surge a lomos de una criatura alada el hechicero Atebollec, forjador de las ya conocidas Varas de Allobec. Esa visión tan grandiosa nos dio el valor y la fuerza suficientes para acabar con los pocos enemigos que quedaban por abatir.

Al acabar la batalla buscamos al hechicero Atebollec, sin éxito alguno, en ese mismo momento supimos que nunca más lo volveríamos a ver, aunque siempre permanecería en nuestras memorias y corazones.
 

DIA IV

 Larga ha sido nuestra campaña y hoy por fin regresamos a nuestros hogares. Antes del alba recogemos nuestro campamento y partimos. Las bajas enemigas han sido quantiosas y durante el camino charlamos desenfadadamente sobre la batalla de la noche anterior y sobre las bajas que causamos, lo que produce
divergencia de opiniones entre Oiram lo Ttiboh y Oiram el Otup, que finalmente son ahogadas por el abundante hidromiel que portamos. Nuestro último alto en el camino es en Sacarrab donde limpiamos nuestros ropajes y curamos nuestras heridas en sus famosos baños turcos.

Las grandiosas puertas de Racnalap llenan nuestros ojos de lágrimas y nuestros corazones de alegría y esperanza. Oímos repicar las campanas del campanario, anunciando nuestra llegada, mientras los niños corren a nuestro encuentro.

Cruzamos los Arcos de la Victoria, vestidos con nuestras mejores galas, donde nos aclama nuestra gente. El gran banquete commemorativo marca el fin de nuestra campaña. Ahora nos retiramos a nuestros aposentos a la espera, pero alerta, pues un pionero nunca duerme.
 
FIN

Mario Roca y Jordi Tena (Pioneros)

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